
A propósito de continuar con la filosofía de viajar cada vez que haya ocasión, «no para escapar de la vida, sino para que la vida no se nos escape», decidí visitar este fin de semana una ciudad histórica, colonialísima, y que a la vez, sucede estar de moda.
Premiada por ser «La Mejor Ciudad del Mundo» de acuerdo con la Revista Travel and Leisure, San Miguel de Allende, resulta incalculablemente agradable.
Y es que una vez estando ahí, no es sorprendente esa investidura. Se percibe con facilidad de esquina a esquina un cálido encanto provocado por la paleta de colores vibrantes de sus fachadas, de sus puertas. Y qué decir de sus calles empedradas.
Su Parroquia, icónica, de delicado estilo medieval adornada por los más llamativos colores en las faldas de las hermosas artesanas a su alrededor. Los sólidos muros. Los extensos y envidiables patios de sus casas, dignos de que el mundo se detenga. Como un pequeño viaje atrás en el tiempo.
Los hoteles de diseño se erigen como el epítome del chic mexicano. De ambientación exquisita, de espíritu libre, Casa No Name es un lugar simplemente mágico lleno de elementos naturales, desproveído de toda pretensión arquitectónica del que a uno le puede costar quererse ir, no sé si por el verde, el spa, la biblioteca, la luz, o tan sólo porque alberga una de las sedes de la one-of-a-kind shop KM33, espacio en el que se conjunta el top de diseñadores mexicanos y latinoamericanos a través de soberbias creaciones con personalidad propia.
On the other hand, para gustos más clásicos, la imperdible terraza del Rosewood en la que es simplemente un must contemplar el atardecer, siempre que no haya algún evento privado que lo impida. Y si lo hay, el sólo resto del edificio hace que la caminata bajo las inclemencias del sol valga absolutamente la pena.
Hasta aquí los highlights del fin de semana.