De lo bello y lo sublime.

De lo bello y lo sublime.

Es más o menos el título con el que Kant, filósofo de mi predilección, nombró su ensayo sobre estética y moral.

Pienso en esas líneas porque justo ahora me encuentro en la complejidad de tratar de poner en palabras el efecto que la arquitectura de este alucinante edificio provoca en el ojo, en el alma. Y que con un profundo contenido neoclásico, invita a la sobriedad, a la calma, a la solemnidad. Y al silencio.

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Dos conceptos vienen a mi mente. Lo bello y lo sublime. Kant, distingue con maestría entre ambos sentimientos. Honestly speaking, a mi me cuesta un poco más de trabajo.

Siempre he pensado en lo sublime como algo extraordinario, inhabitual. Pero hay algo de inexacto en ello, porque son sólo palabras que se pueden definir como algo fuera de lo normal o de lo que no ocurre con cotidianidad.

Por otro lado, este Museo Nacional de Arte, es en sí mismo un conjunto de componentes en el que todo parece fluir con más que naturalidad, destinados a escenificar la más perfecta de las armonías artísticas.

Lo cierto es que es difícil describirle. Tan sólo sugiero disfrutarle mediante la contemplación detenida y minuciosa. En mi caso, tratando de capturar ciertos espacios  como la escalera principal, de belleza indefectible, de un gótico exquisito que casi corta la respiración.

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O los ventanales, un aspecto fundamental de la energía del recinto (y es que tengo una especial debilidad por la luz) que  ocupan un lugar privilegiado y no sólo cumplen con su función esencial de iluminación sino representan un icono que evoca lo accesible, lo transparente.

A la altura de las grandes galerías de corte internacional.

 

 

 

Me gusta tomar fotos porque siento que le robo un cachito a la realidad.

Me gusta tomar fotos porque siento que le robo un cachito a la realidad.

El, es Carlos Sallas. Ilustrador.

Lo sé por que lo dice su Instagram feed. Lo cierto es que en realidad no intercambie con él más de tres líneas en las que me pedía le compartiera las fotos que me permitió tomar.

Lo encontré dando la vuelta en las calles de Tabasco y Mérida, apenas dando tres pasos y ahí estaba, ofreciéndome el retrato. Invitando a capturar una fracción, de un sólo segundo en su vida que podría describirse en tres palabras: Amor al arte.

¿La expresión en su rostro? Como la de quien hubiese podido morir al día siguiente y no importaría porque ya se le estaba yendo la misma vida en ese mural.

Su obra, de líneas relajadas pero precisas, me parece súper linda. Y yendo un poco más allá, encuentro su pasión por lo que hace, superlativamente admirable. Simply remarkable.

Me permitió (re) descubrir el sentido más puro del desgastado «do what you love, love what you do»  as a sign of a truly meaningful life.

Ciertamente la foto no le hace justicia. Juro que sigo aprendiendo. Pero logré robarme un cachito de realidad.