Que la vida es un Carnaval.

Que la vida es un Carnaval.

Tenía una asignatura pendiente. Escribir sobre el viaje a La Habana. Parte por el mes más activo que de costumbre, parte porque ante tal experiencia, un poco se bloquean las palabras.

No es tarea fácil hablar del complejo de emociones que despierta esta ciudad. No lo es para mi. De corazón rebelde y agitador. No es fácil, tras los escombros de la dictadura que ha querido sepultarla, hablar de la singular resiliencia de su gente, de la sutil vocación de afrontar todas las adversidades inmersos en pequeños carnavales de colores, sin llorar en el intento.

PLAZA DE LA REVOLUCION
Plaza de la Revolución

Hacía 1959, como es bien sabido, con el triunfo de la revolución, el tiempo se detuvo. Y no había más que escoger entre «socialismo o muerte» o Miami, en circunstancias menos legales.  Nowadays, la situación no se aprecia muy diferente y las restricciones a las libertades  (de expresión, de tránsito, de hacer lo que a uno le venga en gana) contrastan con la enérgica osadía que en esencia reflejan los cubanos, que sonríen y bailan con la misma naturalidad con la que cualquier otro respira.

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Habana Vieja

La experiencia personal, en términos culturales fue maravillosa. Como declarada amante de los colores y de los contrastes, visualmente me pareció un goce. De calles angostas y tan ruinosas que casi podrían contar una historia. Calles en las que todo es tan parecido y a la vez tan diferente. Rostros desviviéndose entre risas y expectativas. Arquitectura discordante cuadra a cuadra iluminada con los tintes más bonitos que he conocido, los del paso natural del tiempo. Alrededor de las áreas menos céntricas de la ciudad, las residencias abandonadas y desmembradas del antiguo régimen trasladan como en automático a aquél primero de enero que cambió el rumbo de la vida nacional.

En el aspecto social, el street art sublima los sentimientos de empatía y solidaridad con el pueblo cubano. Y si se quiere descubrir el gesto más noble de gratitud, aun con las implicaciones prácticas que conlleva, sugiero cargar en la bolsa cualquier tipo de caramelos y repartirlos entre los niños que infaliblemente se encuentran jugando en las calles, mostrando otras formas de libertad, otras formas de disfrutar de la vida.

Corrí con la suerte de poder hacer un roadtrip express a Varadero, paraíso del Atlantico en el que la mirada se puede perder en un sinfín de tonalidades azules. Ciertamente esa mañana no vi más que verde y azul.

MIS IMPERDIBLES
• La Fabrica de Arte Cubano (y el excelente restau de al lado «El Cocinero»)
• Bailar salsa a las afueras de La Bodeguita del Medio
• Caminar por el Malecón
• Escaparse toda una mañana a Varadero
• Comer en un Paladar
• Subirse a un auto de los 50´s
• Perderse por toda La Habana vieja en busca de la Catedral
• El Museo de la Revolución
• La Plaza de la Revolución
• El Panteón Colón
• El atardecer desde la terraza del Gran Hotel Manzana Kempinski
• El bizarro Cocotaxi
•Agua de coco con Havana Club callejero (supervivencia básica)
RECOMENDACIONES PRACTICAS
    • Verificar el tipo de cambio
    • Si se viaja por carretera tomar en cuenta que para el pago de peaje no se admiten CUC´s
    • NO  llevar dólares
    • En cualquier medio de transporte privado, acordar los costos antes de aceptar el servicio
    • Preferentemente, llevar sólo efectivo. Amex, bajo ninguna circunstancia
ALOJAMIENTO
   • En Villakoba La Habana por favor. B&B top de diseño impecable. Más acogedor, imposible.
VILLKOBA
Villakoba La Habana. Charming B&B

Un viaje para reír, llorar, inspirarse e ilusionarse con los más bellos ideales de libertad y de igualdad.

De lo bello y lo sublime.

De lo bello y lo sublime.

Es más o menos el título con el que Kant, filósofo de mi predilección, nombró su ensayo sobre estética y moral.

Pienso en esas líneas porque justo ahora me encuentro en la complejidad de tratar de poner en palabras el efecto que la arquitectura de este alucinante edificio provoca en el ojo, en el alma. Y que con un profundo contenido neoclásico, invita a la sobriedad, a la calma, a la solemnidad. Y al silencio.

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Dos conceptos vienen a mi mente. Lo bello y lo sublime. Kant, distingue con maestría entre ambos sentimientos. Honestly speaking, a mi me cuesta un poco más de trabajo.

Siempre he pensado en lo sublime como algo extraordinario, inhabitual. Pero hay algo de inexacto en ello, porque son sólo palabras que se pueden definir como algo fuera de lo normal o de lo que no ocurre con cotidianidad.

Por otro lado, este Museo Nacional de Arte, es en sí mismo un conjunto de componentes en el que todo parece fluir con más que naturalidad, destinados a escenificar la más perfecta de las armonías artísticas.

Lo cierto es que es difícil describirle. Tan sólo sugiero disfrutarle mediante la contemplación detenida y minuciosa. En mi caso, tratando de capturar ciertos espacios  como la escalera principal, de belleza indefectible, de un gótico exquisito que casi corta la respiración.

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O los ventanales, un aspecto fundamental de la energía del recinto (y es que tengo una especial debilidad por la luz) que  ocupan un lugar privilegiado y no sólo cumplen con su función esencial de iluminación sino representan un icono que evoca lo accesible, lo transparente.

A la altura de las grandes galerías de corte internacional.

 

 

 

On simplicity

On simplicity

Nunca he sido una persona de ostentación ni pretensiones. Aprender a expresarme desde la simplicidad, ha sido el camino corto para encontrar mi estilo. El propio. Casi irrevocable y personalísimo.

 

Y es que una white t-shirt puede decirlo todo. Al lado de un par de blue jeans, vence inapelablemente la provocación de llenarse de elementos recargados, lo que muy frecuentemente es una irresistible tentación, porque no siempre less tiene que ser more.

 

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El encanto del mix, consiste en que no puedo pensar en un lugar, en cualquier sábado, de cualquier verano en el que resultare inapropiado.

Es ahí donde se encuentra la auténtica elegancia, la genuina, la que nunca pasará de moda, con la versatilidad. La posibilidad de ir a donde quieras. De hacer lo que sea. De sentirte invencible, cómoda y segura sin importar los planes que te reserve el fin.

Ahí la magia de la simplicidad.

 

Me gusta tomar fotos porque siento que le robo un cachito a la realidad.

Me gusta tomar fotos porque siento que le robo un cachito a la realidad.

El, es Carlos Sallas. Ilustrador.

Lo sé por que lo dice su Instagram feed. Lo cierto es que en realidad no intercambie con él más de tres líneas en las que me pedía le compartiera las fotos que me permitió tomar.

Lo encontré dando la vuelta en las calles de Tabasco y Mérida, apenas dando tres pasos y ahí estaba, ofreciéndome el retrato. Invitando a capturar una fracción, de un sólo segundo en su vida que podría describirse en tres palabras: Amor al arte.

¿La expresión en su rostro? Como la de quien hubiese podido morir al día siguiente y no importaría porque ya se le estaba yendo la misma vida en ese mural.

Su obra, de líneas relajadas pero precisas, me parece súper linda. Y yendo un poco más allá, encuentro su pasión por lo que hace, superlativamente admirable. Simply remarkable.

Me permitió (re) descubrir el sentido más puro del desgastado «do what you love, love what you do»  as a sign of a truly meaningful life.

Ciertamente la foto no le hace justicia. Juro que sigo aprendiendo. Pero logré robarme un cachito de realidad.

Road trip series. San Miguel de Allende.

Road trip series. San Miguel de Allende.

A propósito de continuar con la filosofía de viajar cada vez que haya ocasión, «no para escapar de la vida, sino para que la vida no se nos escape», decidí visitar este fin de semana una ciudad histórica, colonialísima, y que a la vez, sucede estar de moda.

Premiada por ser «La Mejor Ciudad del Mundo» de acuerdo con la Revista Travel and Leisure, San Miguel de Allende, resulta incalculablemente agradable.

Y es que una vez estando ahí, no es sorprendente esa investidura. Se percibe con facilidad de esquina a esquina un cálido encanto provocado por la paleta de colores vibrantes de sus fachadas, de sus puertas. Y qué decir de sus calles empedradas.

Su Parroquia, icónica, de delicado estilo medieval adornada por los más llamativos colores en las faldas de las hermosas artesanas a su alrededor. Los sólidos muros. Los extensos y envidiables patios de sus casas, dignos de que el mundo se detenga. Como un pequeño viaje atrás en el tiempo.

Los hoteles de diseño se erigen como el epítome del chic mexicano. De ambientación exquisita, de espíritu libre, Casa No Name es un lugar simplemente mágico lleno de elementos naturales, desproveído de toda pretensión arquitectónica del que a uno le puede costar quererse ir, no sé si por el verde, el spa, la biblioteca, la luz, o tan sólo porque alberga una de las sedes de la one-of-a-kind shop KM33, espacio en el que se conjunta el top de diseñadores mexicanos y latinoamericanos a través de soberbias creaciones con personalidad propia.

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On the other hand, para gustos más clásicos, la imperdible terraza del Rosewood en la que es simplemente un must contemplar el atardecer, siempre que no haya algún evento privado que lo impida. Y si lo hay, el sólo resto del edificio hace que la caminata bajo las inclemencias del sol valga absolutamente la pena.

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Hasta aquí los highlights del fin de semana.

 

 

Clothes with a life of their own.

Clothes with a life of their own.

Encuentro inverosímil darme cuenta de cómo las posibilidades pueden ser infinitas cuando te enfundas en el par de trousers más conservador, te subes a stilettos que podrían hacerte alcanzar las estrellas, te armas del self-confidence que nunca has tenido y casi por casualidad encuentras el escenario que si bien no es absolutamente inapropiado, esta muy cerca de serlo.